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La culpa no es de la gente

Publicado: 2017-03-22


Escribe : Horacio Gago Prialé (doctor en Derecho y profesor PUCP)

Decenas o quizá centenas de miles de peruanos y sus familias ubican sus casas en las zonas de riesgo no por afición o amor al peligro, sino por necesidad de suelo. Y el suelo riesgoso en el país urbano se encuentra al lado de los caminos y carreteras. Las personas no prefieren estar cerca de los ríos o de las cuencas atraídos por el agua, sino por su cercanía a las vías y caminos. Desde la llana Lima es fácil elucubrar falsedades sobre la irresponsabilidad de las personas, tal como vienen haciendo varios medios y periodistas estas semanas de riadas y huaycos. Lo cierto es que ante la necesidad imperiosa para morar, el suelo es más importante que el agua, y mucho más si es un suelo accesible porque se halla pegado a vías cercanas. Para las familias lo primero es el suelo y poder llegar a él. Decir esto en un momento de lluvias y falta de agua limpia, quizá parezca un anatema, pero es cierto. Las cosas no se hacen verdaderas por tanto repetirlas. Los peruanos cuyos padres o abuelos migraron de la sierra debido al terrorismo o a la fallida reforma agraria velasquista, vinieron a las ciudades buscando una nueva vida en un suelo que lo fueron transformando en vibrantes ciudades. El agua se la trajeron primero los cisternas y después, la obtuvieron de los pozos o de Sedapal. Pero lo primero que los motivó fue y sigue siendo el suelo.

Que el suelo sea muy riesgoso a causa de las lluvias debidas al Niño es un tema que debiera resolverse con técnica, no con aspavientos ni menos con llamados a la expulsión de las personas. La ingeniería debe encontrar soluciones a este fenómeno. Los recursos del Estado y, por supuesto, también los de las comunidades asentadas ahí, deben destinarse de modo racional y responsable a la generación de soluciones técnicas: represas, reforzamientos, descolmatación. Ello no ha ocurrido nunca.

Los ríos se desbordan y las quebradas secas se activan con gente o sin ella. Nada tiene que ver la ocupación del suelo con la llegada de las lluvias y los huaycos. Entonces culpar a las personas y reclamar su desarraigo (hasta violento, como lo dijo el periodista Aldo Mariátegui hace poco, revelando no haber aprendido nada en su paso por el ILD) es errado y desenfocado. El problema no está en las personas sino en las decisiones del Estado, a todo nivel, de ubicar los caminos, carreteras y accesos siguiendo el cauce de los ríos. Está demostrado, por ejemplo, que la actual carretera central es y será siempre el eje de atracción de huaycos porque al activarse, por gravedad la riada buscará culminar en el rio que acompaña a la carretera. El problema no es, entonces, ni el rio ni las personas, sino la ubicación de los caminos, la nula inversión en encauzar ríos y cuencas y la pésima planificación del pasado que durante décadas trazó caminos y trenes para unir minas y no para integrar valles, ciudades o llegar a cluster productivos.

No echemos la culpa a las personas ahí donde es del Estado y su horrenda planificación del pasado. Tampoco pidamos mano dura contra la gente. Ahora que cientos de miles de peruanos han perdido sus casas, corresponde empadronar, valorizar y reubicarlos con realismo y seguridad pero también con respeto al valor perdido y un mínimo sentido de proporcionalidad para con personas que con su trabajo y esperanzas han agregado valor al país.


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